sábado, 23 de abril de 2022

"La mayor parte de la literatura sobre artes habla de estética, pero las cartas de los artistas del siglo XIX hablan sobre todo de dinero"


Por Fèlix Badia

'Los europeos' (editorial Taurus) de Orlando Figes

En 'Los europeos' el historiador narra a través de tres personajes la revolución tecnológica que impulsó al continente en el siglo XIX

"Tres grandes innovaciones cambiaron el mundo, el ferrocarril, la impresión barata y la propiedad intelectual”

"El impacto del ferrocarril fue superior al de internet; fue una ruptura total"

"Europa tiene que decidir si quiere ser algo más que un destino turístico"

Orlando Figes (Londres, 1959) cuenta que no eligió los tres personajes en torno a los que gira su último libro, sino que más bien fueron ellos quienes le eligieron a él. En Los europeos, el historiador, nacionalizado alemán poco después del referéndum del Brexit, se sirve de ellos para relatar la construcción, durante el siglo XIX, de la cultura continental moderna. Por las páginas de este ambicioso ensayo transcurre una época luminosa donde las innovaciones tecnológicas crearon un mundo nuevo y el ferrocarril apuntaló la confianza de Europa en sí misma. Una época que el autor ve con cierta nostalgia, porque hoy el continente no logra definir su futuro y su legado cultural, afirma, está en retroceso.

Figes, uno de los grandes historiadores europeos del momento y cuyos trabajos se han centrado sobre todo en la historia rusa de los últimos 300 años, recurre en esta ocasión a dos triángulos para explicar la revolución que se produjo en el siglo XIX. El primero, tecnológico, con el seísmo que provocó la suma del ferrocarril, el abaratamiento de la impresión y la protección de la propiedad intelectual. El segundo triángulo, el personal, está formado por tres figuras de primera fila, innovadores y cosmopolitas: la cantante de ópera francesa Pauline Viardot, su esposo, el empresario cultural Louis Viardot, y el escritor ruso Iván Turguénev.

- ¿Por qué eligió a estas personalidades para explicar el siglo XIX europeo?

- Bueno, ellos me eligieron a mí, aunque, para ser exactos, a Turguénev sí lo elegí. Fue un gran escritor de cartas y a partir su enorme correspondencia empezó mi proyecto. Leyéndolas, se constata que tenía una extraordinaria red de contactos en Francia de entre los cuales destaca, por supuesto, Pauline Viardot. Empecé a investigarla a ella, a su marido Louis y al triángulo que se estableció entre todos ellos.

Pero este triángulo no me interesaba tanto desde el punto de vista romántico o sexual, sino más bien desde la óptica de su amistad espiritual e intelectual. Los tres eran figuras internacionales que tenían un punto de coincidencia: eran la primera generación que podía aprovechar las ventajas de las tecnologías nacientes en aquella época, en especial el ferrocarril, que permitió, sobre todo a Pauline Viardot e Iván Turguénev, convertirse en artistas internacionales.

- ¿Y Louis Viardot?

- Era de quien sabía menos y el que más me intrigaba. Se trataba de una persona vinculada al arte, pero que no era un creador, sino un crítico, escritor, editor, periodista, empresario, experto en arte español y traductor de Cervantes al francés. Vi en él el exponente del fascinante mundo de la industria cultural, del empresario. Fue lo más parecido en el siglo XIX a un hombre del Renacimiento.

- Usted aludía antes al ferrocarril. Estamos acostumbrados al relato sobre la importancia del tren en la economía o la industria, pero sabemos poco sobre su efecto individual en las personas, en cómo se sintieron. ¿Cuál fue ese impacto?

- Hay una ventana de dos décadas, en gran parte de Europa, en que el tren transformó completamente el mundo. Existen muchos escritos en los años cuarenta del siglo XIX que muestran su profundo impacto psicológico. El tiempo se comprimió y la gente quedó tan impresionada que escribió mucho sobre ello, sobre cómo cambiaba sus vidas. Esos escritos son, en sí mismos, producto del ferrocarril, porque el sistema postal operaba mucho mejor y es por esa razón que hubo una explosión de la escritura personal.

Hay quien compara el impacto del tren con el de internet, pero creo que el efecto del ferrocarril fue mayor, porque no solo aceleró la comunicación, sino que se produjo un cambio cualitativo. Fue una ruptura total; es como si lo que sucedió antes fuera historia antigua. Evidentemente una parte muy importante de la confianza de Europa en sí misma en el siglo XIX está basada en esta revolución.

- No es por tanto un cambio solo en la economía, sino también en la cultura e incluso en la psicología de las personas.

- Totalmente. Los libros de historia hablan muy mayoritariamente del impacto económico del ferrocarril y de la industrialización, pero pocos han pensado en sus efectos en el terreno de la cultura. Y no solamente por lo que respecta a lo que podemos llamar productos culturales, sino también a las mentalidades, a la sensación de estar conectados al resto de Europa. Un aspecto clave, además, es que no solo las grandes ciudades quedaron enlazadas, sino también las pequeñas, gracias a una enorme red capilar de conexiones de tren. Estoy pensando en la Balbec de Proust, que está tan solo a unas pocas horas de viaje.

- En el libro menciona a Rossini y su miedo al tren, un símbolo tal vez de las personas que no pudieron adaptarse. ¿Quiénes fueron los perdedores de esta revolución?

- En gran parte los perdedores fueron los miembros de la aristocracia agrícola, los que dependían de las redes de poder provinciales, la Iglesia, los clérigos. Rossini es un gran misterio porque, estando en la cumbre del éxito, interrumpió su carrera y sí, en mi libro apunto que fue por el miedo a este nuevo medio de transporte. Pero tal vez hay algo más. La ópera, gracias al tren, pudo llegar a mucho más público, con grandes producciones. Comparando las óperas de Rossini con las de Meyerbeer, nos damos cuenta de que son completamente distintas, y muy posiblemente por un cambio tecnológico. Las tecnologías dan la posibilidad de reunir a orquestas mucho mayores, por ejemplo.

- ¿Cuáles son los otros grandes cambios que, además del tren, configuran esta revolución?

- Hay tres grandes innovaciones que cambiaron el mundo. La primera es como he dicho, el ferrocarril, pero la segunda son las técnicas de impresión masiva, especialmente cuando la tecnología litográfica se abarata y combina fotografías con texto. Es una revolución en el mundo de la imprenta. Y el tercer elemento, que no es propiamente tecnológico pero que es crucial, es la protección de la propiedad intelectual.

Podemos empezar a hablar de una integración cultural europea cuando existe la protección de la propiedad intelectual, es decir, cuando los editores de música o de literatura pueden invertir en las publicaciones, porque hasta entonces quienes editaban tenían que asumir grandes riesgos y aceptar de antemano que serían probablemente pirateadas. Necesitaban esa protección legal para hacer operaciones de gran envergadura.

- La revolución cultural que usted describe es inseparable de la revolución industrial.

- La revolución cultural del siglo XIX está basada en la reproducción a bajo coste. En la época de Rossini, antes de que hubiera ferrocarriles e impresión masiva, las óperas eran totalmente distintas. Las partituras podían ser copiadas y distribuidas por empresarios pero de forma limitada, de manera que no eran conocidas por un público amplio. Eso permitía a este compositor viajar de una ciudad a otra de Italia presentando refritos distintos a partir de su propio material.

Pero eso cambió. Con la impresión barata y el tren, esas partituras u otros productos culturales se diseminaron rápidamente, lo que se tradujo en grandes economías de escala para los editores. Un libro, por ejemplo, en lugar de costar el sueldo de un mes podía adquirirse por un día de salario.

- Muchos de sus lectores tal vez se sorprenderán por la relación entre las artes, la música y literatura, por una parte, y la economía por otra.

- Para mí es un poco frustrante que la mayor parte de la literatura sobre artes verse sobre la parte estética. Pero si usted ve las cartas de Berlioz, Rossini, Dumas o Balzac o cualquier artista del siglo XIX, la mayor parte de ellas habla de dinero. Aun habiendo muchos libros muy interesantes, he preferido ir a las fuentes más privadas, que son las cartas de los artistas o sus archivos, o bien los de sus editores, para ver cómo funcionaba el mundo de la cultura.

- Uno de los aspectos principales de su libro es que con estas novedades tecnológicas se avanza hacia una integración europea, hacia una globalización, pero a la vez hay un movimiento hacia el nacionalismo. Hoy ocurre algo parecido. ¿Es el mismo proceso?

- Son dinámicas similares. En aquel momento, por una parte, había un creciente cosmopolitismo cultural y económico. Por otra, y en especial a finales del siglo XIX y en parte como reacción a lo anterior, gana peso también un nacionalismo exclusivo. Aunque parezca una paradoja, el cenit del cosmopolitismo es 1914.

Creo que algo similar ha estado ocurriendo en los últimos cuarenta o cincuenta años, donde ha habido una globa­lización cultural, pero al mismo tiempo, en parte como reacción, han crecido los nacionalismos políticos. Son dos fuerzas que se vienen re­pitiendo, algunas veces trabajando en una misma dirección pero en ­muchas ocasiones haciéndolo en contra.

- ¿Cómo ve esta identidad europea hoy? ¿Hacia dónde está yendo Europa?

- Soy un poco reticente a usar la palabra identidad para referirme a Europa y de hecho en el libro trato de evitarla, no creo que se pueda hablar de identidad más allá de las clases medias-altas.

- ¿Y cuál sería la palabra?

- Es como un sentimiento de vecindad compartida, pero eso no quiere decir que sea una identidad en que participe toda la sociedad en su amplitud. Con todo, si, para entendernos, usamos el término identidad europea, se puede decir que está sometida a una presión muy severa. En este momento, Europa está yendo hacia un punto en el que no tiene autonomía en muchos terrenos, desde la fiscalidad sobre Amazon o Facebook, hasta decidir qué significa ser ciudadano europeo.

Pero Europa tiene que decidir si quiere ser algo más que un destino turístico, debe elegir qué quiere ser. Y para ello, tiene que tener claro qué representa en términos de valores y civilización. Creo que el legado cultural de Europa está un poco en ­retroceso; nos cuesta hablar de civilización europea, porque tiene resonancias relacionadas con el imperialismo y el supremacismo. Y eso hace que seamos reacios a pensar en el legado cultural europeo, lo que es terrible porque, en realidad, Shakes­peare, Goethe o Beethoven trascienden Europa, son universales.

- Si tuviera que extraer una enseñanza de su libro para los europeos actuales, ¿con qué se quedaría?

- No me gusta escribir historia para dar lecciones, sino para que la gente pueda pensar en el pasado. Pero si tuviera que elegir una, me gustaría que fuera destinada sobre todo a los británicos: creo que el internacionalismo o el hecho de abrir las fronteras ha facilitado los más grandes logros en la historia y cuanto más abiertas están es más fácil que sucedan cosas buenas.