Por José María de Loma
En una de las últimas jornadas de la campaña para las autonómicas andaluzas de 2018, Juanma Moreno confesó en la Plaza de la Constitución de Málaga a un fotógrafo amigo que acababa de retratarlo para una entrevista, que sus posibilidades eran escasas, que estaba harto de campaña y que no entendía por qué iban tan mal las cosas.
Unos días después era presidente. Con los peores resultado del Partido Popular en la historia: 26 escaños sobre 109. Presidente merced a Ciudadanos, socio de gobierno, y Vox, apoyo e incordio externo. Javier Arenas llegó a sacar 50 escaños en 2012. Y no logró gobernar. A ese ‘triunfo’ de Arenas el ABC de Sevilla le puso titular glorioso: ‘Mayoría relativa, derrota absoluta’.
Moreno se empeña en que todos lo llamen Juanma, viene desgastando el adjetivo afable y es malagueño del año 1970. Nació a la vera del Nou Camp, en Barcelona, donde sus padres había emigrado y regentaban un pequeño negocio. Volvió a la ciudad andaluza con apenas dos meses. No tiene estudios universitarios y sí un título en Protocolo. No es un intelectual, pero sí un hombre con inteligencia emocional que escucha y aprende y deja que los malos sean otros. A Antonio Burgos le encantaba zaherirlo en sus columnas llamándolo Moreno Nocilla. Por blando. Lo hizo hijo predilecto de Andalucía.
Producto típico de una época, la carrera que sí cursó fue la política: afiliación a Nuevas Generaciones. Cuitas orgánicas, triangulaciones, presidencia de la organización a nivel nacional. Diputado por donde me manden (lo fue por Cantabria), secretaría ejecutiva del partido con despacho en Génova. Y al fin, el maná: secretaría de Estado en un Gobierno de Rajoy.
Finalmente, una misión en la que ni los que lo mandaron ni él creían mucho: ser candidato a presidir Andalucía luego de que Arenas, desgastado, no lo consiguiera en las cuatro veces que lo intentó. Los casadistas esperaban su derrota para rebanarle el cuello al que era un sorayista de pro.
Tiene suerte Moreno. Estrella. Baraka, como le adjudicaban a Zapatero. Y ha sabido aprovecharla. El otro día en la inauguración de un centro de salud en San Pedro Alcántara, la plantilla salió a hacerse selfies con él. Y la sanidad es lo que más desafección crea en Andalucía. Que se lo digan al PSOE de Susana Díaz.
Moreno es el hombre de la calle. Casi ha adoptado el lema de Arenas: una semana, dos provincias. Viaja, bromea, pasea, interpreta (por que seguramente lo es) el papel de hombre normal mientras deja que sus fontaneros se fajen, tomen decisiones duras y crean que ejercer el poder es nombrar delegaditos en provincias, firmar en los boletines oficiales, sentarse culiferro en los palcos o alcanzar a poner en la tarjeta de visita la palabra vicepresidente. El poder es juguetear con todo el mundo durante meses a cuenta de la fecha de las elecciones. Manejar egos. Y magrear y manejar el asunto. Tanto lo ha sobado que le ha faltado un cuarto de hora para que hasta los escribas al dictado pudieran dispensarle el termino “indeciso”. Habrá elecciones el 19 de junio. Y no son más tarde por el miedo a que Vox se dispare aún más con el pasar de los meses. El factor Olona no ha hecho más que aflojar los esfínteres políticos de los asesores del PP. En cualquier caso, desde que un miembro de este partido hiciera hace tiempo una velada alusión faltona a su origen familiar, Juanma Moreno, ha redoblado el (¿odio?) que les tiene. Traga sin embargo por posibilismo más que por talante. Por conservar el poder.
Ahora el destino le ha hecho otro guiño interesante. Su amigo Feijóo (amigo por que antes de que se barruntara nada de esto ya el gallego marbelleaba con él a menudo junto a otros del clan Juanma) se ha encaramado al poder pepero. Moreno, lugarteniente. Malagueño que aún no le ha pillado (del todo) el punto a Sevilla, músico en su juventud, alcanzando aceptables cuotas de ligoteo con el grupo Cuarto Protocolo, ahora pone a prueba su estrella o baraka. Su carácter. Su futuro. Contando con que la suerte, cómo él o la música, también tiene su protocolo.