Por Lucía Méndez
Hace tiempo que tenía pendiente un examen de conciencia sobre algunos aspectos de mi ejercicio profesional del periodismo político y de opinión en la última década. He retrasado esta autocrítica. Para qué te vas a meter en eso. Piénsalo bien, que te llamarán fascista. Qué necesidad, oye. Después de escuchar a mis yoes internos y externos, de hoy no pasa. No se pueden dejar cosas pendientes a una cierta edad. Así que allá voy con el examen de conciencia.
Yo traté y respeté a Pablo Iglesias. Incluso apoyé su brillante y necesario discurso contra las inmoralidades del sistema capitalista, discutí con personas de mi ecosistema, rechacé las acusaciones de machismo contra él, deploré el acoso personal contra su familia, censuré las mentiras sobre la financiación venezolana de Podemos, y discrepé de los dirigentes del PP y del PSOE que le consideraban un político tóxico. Me gané los insultos de colegas ultras y con pocos escrúpulos.
Poco a poco, fui descubriendo -"por sus obras los conoceréis"- que la equivocada era yo. Si el arrepentimiento sirviera de algo, pediría disculpas por haberme tomado en serio a los que llamamos nuevos políticos. Con Albert Rivera me pasó lo mismo. Ni yo, ni los más de cinco millones de españoles que votaron a Iglesias, ni los más de tres millones que votaron a Rivera podíamos sospechar que no merecían confianza. Como Narcisos, vale. Como jefes de partido, dos calamidades. Los votantes les abandonaron cuando se dieron cuenta.
Hace un año que Pablo Iglesias cambió el despacho por los micrófonos para seguir haciendo política por otros medios. Ahora somos colegas. Periodistas críticos y tertulianos en Hora 25. Iglesias en un medio del mismo centro del sistema, vaya por Dios. ¿Somos lo mismo? Él así lo cree. Está convencido de que los periodistas hacemos política. En algunos casos no voy a decir que le sobren razones para esta tesis.
Pero Pablo Iglesias no es un periodista crítico como nosotros. Él dispone de un ejército de fieles que llevan un escapulario al cuello con la foto de su predicador. Desde los micrófonos dirige Podemos, da lecciones de ética periodística, desestabiliza al Gobierno y está destruyendo a la líder que él mismo designó a dedo. Los periodistas a secas no tenemos ejército, fieles, ni escapularios. Escribiendo sobre él, nos exponemos a la ira de sus devotos en las redes, y a que él mismo nos arree una lección de periodismo. Por eso muchos periodistas se autocensuran y no hablan de Pablo Iglesias. No quieren que les ponga a parir. Yo misma me he autocensurado. Hasta hoy.