Santiago Martínez-Vares
Sevilla siempre ha sido la tierra de la rosa, aunque sobre su color escarlata ahora se proyecte la sombra de un charrán. Las elecciones autonómicas del 19 de junio serán históricas para el PP. Jamás la provincia había sido tan permeable a la política de centroderecha. Jamás un candidato elevó tanto las expectativas a la diestra del todopoderoso PSOE. Ni siquiera con los cincuenta parlamentarios de Javier Arenas en 2012, los populares pudieron teñir de azul lo que siempre ha sido rojo. Los sondeos y el tracking que manejan los partidos anuncian un trasvase inédito de votos. La flor está marchita, el ave vuela alto. La campaña no ha servido para frenar la hemorragia de Juan Espadas, quizá uno de los peores candidatos de su partido a unos comicios andaluces. Ahí empieza el drama.
De Sevilla emergieron Felipe González, Alfonso Guerra, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves o Susana Díaz. Sevilla vivió su efervescencia noventera y en Sevilla se clavó el pendón de la flor, hegemonía y resignación conservadora. Juan Ignacio Zoido, al que acompañé en algunas campañas, decía que “convenciendo a los convencidos no se ganan elecciones”. Tenían que escucharnos los que no tenían ningún interés en escucharnos. Teníamos que recorrer los barrios que nos daban la espalda y hacer mítines en los municipios en los que apenas contaban nuestras papeletas. Pregunto a una veterana militante del PP, bregada en un puñado de campañas, e implicada en la ofensiva sevillana: “Cuando las elecciones están en marcha, hay que vivirlas con humildad y dedicación. Los mercadillos laten políticamente. Me acuerdo de Zoido y Arenas recorriéndose Sevilla, toda la provincia, todos los barrios. ‘Cómo vais a ir a no sé dónde’, les decían. Pero allí iban. Me acordé de ellos el otro día en Utrera. Viví algo impensable. Siempre se nos ha visto a los del PP como señoritos, como si estuviéramos lejos de la realidad en algunos sitios, pero eso ha cambiado. El otro día nos paraban, nos decían que nos iban a votar, confiaban. Para quienes llevamos mucho tiempo en esto, es algo nuevo y reconfortante”, me dice.
El desacierto del PSOE al poner a Juan Espadas ha facilitado el tránsito de lado a lado en el arco ideológico. Juanma Moreno Bonilla sólo ha tenido que vender gestión y no enfangarse en batallas culturales. Otra vez Zoido en el recuerdo: “Las farolas no son ni de izquierdas ni de derechas”. Moreno ha hablado de “datos incontestables”, como señaló una y otra vez en el debate, pese a la oposición de Inmaculada Nieto. La ofensiva de Espadas ni siquiera cuestiona a Moreno, sino que tira de Isabel Díaz Ayuso para cuestionar al PP andaluz. Una circunvalación desconcertante. Espadas es un capricho de Pedro Sánchez. Su designación ni siquiera aparenta renovación, pues ya estuvo en gobiernos anteriores del PSOE en la Junta de Andalucía. Su equipo de campaña le está llevando por itinerarios blandos. La soberbia nunca es buena consejera. Miguel Ángel Vázquez, su jefe de campaña, cree que Andalucía es socialista. La realidad les está llevando la contraria. Andalucía será de quien sea, cuando le toque, pero aquí no hay servidumbres ni patentes. El lema “Si votamos, ganamos” deja implícita esa idea, la de que esta tierra tiene dueños, como si el voto dormido sólo perteneciera al PSOE. Mal camino para movilizar a sus votantes.
Susana Díaz está alejada de los focos, pero siente el partido como siempre. Sabe que los que han llegado a sustituirla no están a la altura. La maquinaria roja está dormida y ella no piensa mover un dedo por despertarla. Sólo faltan unos días para que las urnas confirmen el batacazo. “El PP está ya en todas partes. En La Rinconada igual. Pidiéndote octavillas. Y gente mayor, que no es nuestro votante habitual en estas localidades. Súmale la Feria de Dos Hermanas, la Feria de Alcalá de Guadaíra. Somos los únicos que hablamos de gratuidad de educación de cero a tres años, y las gerentes de guarderías saben que estamos con ellos. Esto se ha convertido en algo trasversal. Me siento eufórica. No quiero confiarme, pero jamás, como militante del PP, había sentido tanto cariño en la calle”, nos confiesa la dirigente sevillana.
Según los datos del barómetro preelectoral del CENTRA, el trasvase de votos del PSOE al PP está entre un 10% y un 12%; esto implica una horquilla, si votasen el mismo número de personas que en 2018, de 25000 a 32000 votos. “Por nuestra parte, Tomares, Gines o Espartinas que son nuestros de siempre, confirman que esto no es algo anecdótico; ahora allí estamos disparados, anulamos a Ciudadanos y duplicamos al PSOE. Pero eso era previsible. Pero en Utrera, Osuna, Alcalá, Dos Hermanas, Écija… donde habitualmente perdíamos, se puede empatar o incluso ganar. La provincia la tenemos a tiro. Se puede ganar. Si Vox confirma su estancamiento, ganamos seguro. Poner Sevilla en azul sería brutal”, dice un dirigente autonómico del Partido Popular, consultado para este artículo. Siendo conscientes de la cercanía del vuelco electoral, la campaña del PP ha fijado unos municipios de acción preferente: Alcalá de Guadaíra, Bormujos, Camas, Castilleja de la Cuesta, Coria, Dos Hermanas, Écija, Espartinas, Estepa, Gelves, Gines, Rinconada, Lebrija, Mairena del Alcor, Mairena del Aljarafe, Osuna, San Juan de Aznalfarache, Sanlúcar, Tomares y Sevilla. Feudos fundamentales a la hora de tintar de añil el mapa de la provincia.
La caída de Sevilla sería una imagen histórica. 37 años sin dejar de ser socialista. Un nuevo ciclo. La sensación, ahora sí definitiva, de que el cambio ha ido más allá de una legislatura. De que Andalucía está ante un nuevo panorama político. Juanma Moreno ha cruzado el muro con una campaña medida. Los carteles en las autovías con destino a Huelva y Cádiz diciendo “Días de playa hay muchos, pero sólo uno para seguir avanzando” están dirigidos a los sevillanos. Precisión y listeza. Un bastión que era inexpugnable. Una política desacomplejada y futura. El PSOE, paradójicamente, habla del progreso, pero mira hacia atrás.